Vistas de página en total

jueves, 2 de agosto de 2012

Una espada que vale oro

En la historia del deporte he visto a muchos atletas escribir su nombre junto con los más grandes del mundo. El día miércoles, 01 de agosto de 2012, se convirtió en uno de esos días que recordaremos por el resto de nuestras vidas. La bandera nacional, ese tricolor que nos identifica a todos desde cualquier lugar del planeta, se hizo sentir no sólo en territorio nacional, sino al otro lado del océano Atlántico.

La cita fue a las 2 y 30 p.m. Rubén Limardo Gascón nos estaba esperando. No nos veía, pero sabía que el país entero estaba con él en la ciudad de Londres. El joven nacido en Ciudad Bolívar salió a enfrentar al noruego Batosz Piasecki, y se encontraba frente a frente con el olimpo de los atletas. Por primera vez, veía a los ojos el rostro de la gloria eterna. Con el orgullo en lo más alto y la combinación perfecta de confianza y humildad, Rubén comenzó su combate en la lucha por la conquista de la medalla de oro en los Juegos Olímpicos.

El primer asalto estuvo marcado por la cautela entre ambos competidores, terminando las acciones 4-3, pero la agilidad del venezolano apabulló a su rival. El zurdo supo siempre defenderse y repeler el ataque del noruego, y sus ataques rápidos e inesperados, le otorgaron la ventaja en el marcador de 8-3 al término del segundo round.

Parecía que todo estaba decidido. En el transcurso del tercer y último asalto, la garra y la sangre ganadora de Limardo Gascón le llevaron a colocarse con un amplio marcador. Solo un punto separaba al criollo de la victoria.

Dicen por ahí que si no se sufre no se goza, y así fue. Sufrimos al ver que el noruego se acercaba, pues nuestro vinotinto fue invadido por los nervios y las ansias. Le costó cerrar el combate. El último punto se estaba haciendo esquivo. Sin embargo, el momento esperado por el atleta y por todo el país, llegó. Limardo lograba el punto 15, que le permitió consagrarse como el más grande de la esgrima mundial con pizarra final de 15-10. El júbilo y la celebración estallaron en el recinto londinense.

Es difícil apartar el nacionalismo para contarles mis impresiones y lo que sentí al verlo. Y como el mío, los corazones de toda la nación palpitaban al mismo tiempo. Vimos nacer a un héroe nacional. Rubén Limardo Gascón se convirtió en el campeón olímpico que tanto soñó, y consiguió, luego de 44 años, la hazaña que se encontraba en manos de Francisco Morochito Rodríguez. Después de tanto tiempo, obtuvo la segunda medalla de oro en unos Juegos Olímpicos para Venezuela.

Lágrimas brotaban de nuestros ojos al escuchar nuestro himno nacional y ver nuestra bandera en lo más alto. Venezuela, por ese momento, se olvidó de las diferencias que tanto la dividen. Rubén Limardo logró unir a todos los que llevamos al país en las venas y el corazón. Su proeza nos convirtió a todos en venezolanos de un mismo color. El espadista desafió los pronósticos y pulverizó los favoritismos. Y así, se convirtió en el más grande e inscribió su nombre en el libro de leyendas del deporte nacional y mundial.

¡Bravo, campeón! Venezuela te hace una ovación de pie, de esas que ponen la piel de gallina, y te agradece por devolvernos una esperanza que se creía casi perdida. Gracias por recordarnos la esencia de ser venezolanos.