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martes, 26 de marzo de 2013

RETRO-DEPORTIVAS: El eterno "Vinotinto"


La pasión que ha generado la Selección Venezolana de Fútbol en la afición nacional, desde la época de Richard Páez, es un fenómeno social que causa impacto. El crecimiento del “fanatismo” por la llamada “Vinotinto” no tiene precedentes, y hoy día, funciona como el pegamento necesario en una sociedad que, por miles de razones, se echado raíces en direcciones contrarias.

Hace unos cuantos años, muchos decían que el equipo de fútbol de Venezuela estaba para cubrir un lugar, con poca proyección y sin grandes victorias, lo que les hacía el blanco del rechazo del público, nacional e internacional.

Sin embargo, en 1961, un muchachito de 15 años, llamado Luis Mendoza hizo entrada en escena, al debutar en la Primera División del Fútbol Venezolano, y eso cambiaría la visión de locales y extranjeros, sobre los jugadores criollos.

En ese mismo año, Mendocita recibiría el llamado de la Vinotinto, para formar parte del equipo de cara a los IV Juegos Bolivarianos celebrados en 1961 en Colombia, donde se alzarían con la medalla de bronce. Un tercer lugar importante en la historia del balompié venezolano.

Inició en la posición de punta izquierda, pero su talentazo innegable con el manejo del balón, y su visión de juego, lo llevaron a adueñarse el medio campo de los equipos donde militaba.

Era ese “10” que cualquier equipo desearía tener. Jugaba con todo lo que su cuerpo podía dar, con el corazón y la mente siempre en el objetivo. Sus goles eran dignas joyas de exhibición, y su integridad profesional jamás se puso en duda.

En 1966 fue elegido como el mejor jugador del año, durante su paso por el Deportivo Italia.

Obtuvo cuatro campeonatos de la Primera División de Venezuela, dos con el Deportivo Italia, y los otros dos con el Deportivo Galicia y  Portuguesa respectivamente.

Se alzó con un campeonato de Copa Venezuela con el equipo de Estudiantes de Mérida en 1971.

La Copa Libertadores lo vio jugar en 8 campeonatos, donde llevó su extraordinario talento fuera de nuestras fronteras.

Vistiendo la camiseta Vinotinto, Mendocita disputó 55 partidos en las categorías nacionales, participando en un Sudamericano Sub-20 en 1964, donde Venezuela consiguió el 7mo lugar. Vio acción en tres torneos de Copa América (1967, 1975, 1979), y en dos Eliminatorias mundialistas (1966 y 1970).

Llegó a ser el Director Técnico de Venezuela, asumiendo el cargo en junio de 1981, pero se haría a un lado por diferencias con la Federación.

Luis Mendoza, nuestro Mendocita, siempre ha vivido y respirado el fútbol. Es futbolista desde siempre. Respira fútbol. Sus palabras para los actuales guerreros vinotinto simplemente inspiran y ponen a soñar a cualquiera.

Grandes jugadores criollos han dejado huella en el fútbol nacional, pero Luis Mendoza dejó una huella imposible de borrar. Coraje, disciplina, constancia, amor al fútbol, amor a la camiseta nacional, trabajo en equipo, instinto de superación, las ganas de ser siempre el mejor de todos, y hasta ahí llegó. Uno de los mejores en la historia de nuestro fútbol.

Todos los equipos deberían tener, por lo menos, un Mendocita. Que ayude en las peores adversidades, que no deje que nadie le imponga algo que vaya contra sus ideales. Que luche por lo que cree, por lo que desea lograr.

Las  valiosas bondades de un jugador que siempre dejó todo en la cancha, que brilló con luz propia. Que sin importar los años, seguirá siendo el eterno 10 de la selección.



jueves, 21 de marzo de 2013

DESDE LAS GRADAS: Sí que me lo recordaste, Mariana


Por Maiskell Sánchez @maiskell 

Cuando empecé a escribir mi columna “Desde las gradas” en el blog Deportes con tacones, mi deseo era describir lo que veo de los deportes, como aficionada, como público que desde una grada disfruta de lo que sucede en un campo, en una pista.

Para nada soy experta, bien lo dice el nombre de mi columna, estoy en las gradas y desde allí les cuento mis experiencias.

Siempre imagino ver al humano detrás del deporte. Me gusta saber la historia de ese personaje sobre quien recae la gloria o la desgracia de un triunfo o una derrota. Son muchos los años de preparación de un deportista a quien nosotros desde la grada, vemos emerger como un campeón casi de la noche a la mañana. Los expertos lo ven antes, por supuesto. Pero ya dije; soy novata.

Hace algunos años, vi mi primera carrera de Fórmula 1. Me enamoré de inmediato de un piloto con sangre latina. Piloteaba su monoplaza a ritmo de samba. Me enamoré porque era guapo, guapísimo, pero también porque era lo más cercano a sentir alegría y orgullo de nuestra latinidad. Para un Brasil en plena depresión, Ayrton Senna, era la “esperanza” de un Brasil mejor, y un poco de esa alegría, nos las tomábamos los venezolanos, como cuando se llenaban nuestras calles con el triunfo de Brasil o de Italia en los mundiales de fútbol.

Ayrton Senna era el rey de la conducción en las pistas bajo un tremendo palo de agua. Era increíble verlo en una carrera. Audaz, arriesgado, inteligente. Estaba hecho del material del cual están hechos los grandes: disciplina, constancia y trabajo.

El sonido del motor es una melodía que viene desde lejos y va en aumento como nuestros nervios, ese in crescendo, que en su punto más alto, nos recuerda a quienes nunca hemos asistido a una carrera real, que debemos ver el letrero de lap, ese número de vueltas que se marca en la pantalla del televisor.

Decían que Senna hacía ruborizar a las mujeres a su paso, por su calidez y picardía. A mi me encantó desde el mueble de mi sala. Primero lo valiente, lo arriesgado y después esa cara de niño travieso y algunas veces de malo, que le daba ese aire varonil, además de algo que guardaré para mi memoria y que no les pienso contar.

Me gustaba escuchar las historias de su rivalidad con Alain Prost. Imaginaba a Senna como Meteoro con los rollos con Rex, y esa tira cómica, por un momento, se volvía realidad.

Me parecía que Prost era desaliñado y un poco engreído, en cambio Ayrton Senna sacaba su carta de latino mencionando a Dios, a su familia, ayudando al que necesitara incluso dentro de una carrera cruzando la pista arriesgando su vida por auxiliar a otro piloto y esa costumbre de pararse a un lado de la pista y pedirle la bandera brasileña a un compatriota del público, para luego dar una vuelta ondeando la bandera de su país.

Les pongo una descripción que hace QualyF1 y Wikipedia, sobre la actuación de Ayrton Senna en el Gran Premio de Japón en 1988:

“…Ayrton consiguió la pole y largó con medio título en el bolsillo. Sin embargo, apenas la luz del semáforo cambió a verde su motor Honda caló y quedó estático en medio de la pista viendo cómo el resto de los pilotos lo sobrepasaba. Gracias a la pendiente en bajada que tiene la recta principal del circuito de Suzuka, su carro se movió de a poco y Senna pudo encender el motor para retomar la carrera, como consecuencia del incidente cayó estrepitosamente de la primera posición a la 14ta y luego empezó a remontar desde abajo de manera descomunal: en la 2da vuelta ya era 6°, en la 3ra era 5°, en el siguiente giro se ubicó 4°, en el 11vo ya se colocó 3° y con oportunidad de ir por la caza del líder de la prueba, el francés Alain Prost.

La lluvia que cayó sobre el circuito facilitó aún más dichas oportunidades debido a la enorme habilidad de Senna para correr en condiciones de esas características, de esta manera, tras una ardua lucha para abrirse camino entre los primeros lugares finalmente adelantó a Prost en el inicio de la vuelta 28, aprovechándose del tráfico reinante y de una falla en su caja de cambios, lo cual ralentizó críticamente el ritmo del galo. Luego Senna se mantuvo imbatible al frente y acabó venciendo de manera formidable la carrera que lo coronó como campeón mundial a sus 28 años…”

¡Fantástico! Pasaba del puesto 14 al primero sin que nadie pudiera superarlo.

Dos de mis películas favoritas son de carreras de autos: Las 24 horas de Le Mans protagonizada por Steve McQueen y Cars.

¿Casualidad?

No sé. Lo que si fue una casualidad, es que esta mañana quería escribir algo de Ayrton Senna. Cerca de las dos de la tarde mi sobrina Mariana me manda un mensaje: Hoy, Senna cumpliría 53 años. Me hiciste el día Mariana. Me recordaste algo especial ¡me hiciste recordar el cumpleaños de Ayrton Senna!

viernes, 15 de marzo de 2013

Si no fue un fracaso, ¿entonces qué fue?


Nadie. Ni el fanático de las quinielas más temerario o alocado, imaginó que el equipo de Venezuela quedaría eliminado del Clásico Mundial de Béisbol 2013 en la primera ronda. Es que, decirlo a estas alturas de la competencia, sigue siendo sorprendente.

Muchos han sido los estudios y análisis, para lograr explicar una simple pregunta: ¿Qué pasó?

Pues bien. Lo que pasó, aunque nos tomó fuera de base, es muy sencillo y no tiene mayor complicación. El bateo simplemente no respondió. Es que, si no se tiene una ofensiva oportuna, no puede pretenderse ganar un juego. Mucho menos un campeonato. Tan fácil como sumar 2 + 2, ¿no?

Con un line up como el nuestro, con nombres como Miguel Cabrera, Pablo Sandoval, Carlos González, Marco Scutaro y pare usted de contar, puede entenderse la conmoción, la sorpresa, la decepción entre los que amamos el béisbol, y que veíamos a Venezuela llegar a la final del Clásico. 

Es que, hasta los jugadores de la selección estaban conscientes de lo sucedido, admitiendo que el problema fue la falta de bateo oportuno. En palabras de ellos “el trabajo no se hizo”, convirtiendo esta experiencia en uno de los peores episodios de la carrera de la mayoría de los vinotintos que fueron a San Juan y salieron con las manos vacías.

Entonces, si todo eso está más claro que las playas de Los Roques, ¿en qué estaba pensando Edwin Zerpa cuando dijo no una, sino dos veces, que la actuación del equipo venezolano no fue un fracaso?

Con el perdón de los ustedes, mis queridos conocidos y por conocer, pero hay que tener la cara muy lavada para sentarse frente a un micrófono a decir que lo de Venezuela en este Clásico Mundial no ha sido un fracaso.

Eso, además de ser una enorme incongruencia, es no tener respeto por el  fanático, medios de comunicación, por los muchos o pocos conocimientos que tengamos sobre el béisbol. Ya seas el mayor conocedor de la pelota o no, todos sabemos que no hay mejor palabra para describir lo ocurrido con la Vinotinto de béisbol que esa. Un fracaso. Duele, es verdad, pero no por eso deja de ser cierto.

Nadie pone en duda que todo el cuerpo técnico y los peloteros hayan dado lo mejor, para tratar de conseguir los resultados. No se trata de las ganas que hayan tenido, no se trata del amor a la camisa. Ese no es el punto. Las ganas siempre están. Aun no he conocido un equipo o un jugador que entre al terreno de juego queriendo perder.

Sin embargo, las cosas no se le dieron a Venezuela, y hay que asumir responsabilidades. Si lo hicieron los grandes protagonistas de la selección, ¿por qué no lo hace el Presidente de la Federación Venezolana de Béisbol?

Son muchas las cosas que se deben revisar. La salida de Sojo como manager era inminente. Se agradecen las cosas buenas, pero los cambios nunca sobran. Zerpa, en mi opinión, debe dar el paso a un lado, y dejar que nuevas mentes, con ideas frescas, manejen a la Federación.

Quedan cuatro años para que la Vinotinto busque reivindicarse. Para lograrlo, hay que empezar por las pequeñas cosas, que deben hacerse lo antes posible. Las declaraciones de Edwin Zerpa dejan en evidencia que dejó de ser el más indicado para ocupar el cargo.

Se puede tratar de eludir la realidad o afrontarla con los guantes puestos. Se puede digerir lo que pasó conscientes de los errores cometidos y buscar las mejoras en todos los niveles, desde la presidencia de la Federación como de los peloteros.

A los ojos quien está tras estas letras, tan grande fue el fracaso de la Vinotinto en el Clásico Mundial de Béisbol como las palabras del máximo representante de la FVB.

viernes, 1 de marzo de 2013

DESDE LAS GRADAS: Un gato, el hermano y la jalea de mango


Por Maiskell Sánchez  @maiskell

El gato está en la oficina. La gente se mueve de un lado a otro para verlo, y en menos de cinco minutos, la oficina queda vacía como si un vendaval pasó por aquí. Todavía tengo dos llamadas por hacer y un ajuste en la presentación. Me doy cuenta de que pasa media hora y me voy a buscarlos. El gato es Andrés Galarraga, ese hombre grandote y de mirada dulce que ha dejado el nombre de Venezuela en alto en más de una ocasión. Primera vez que lo veo y no puedo evitar recordar que en 1997 vi imágenes, mejor dicho, gigantografías de Andrés, en la ciudad de Denver y en las afueras del Coors Field cuando jugaba con los Rockies de Colorado. Fue impresionante ver esos tremendos carteles, me sentí muy orgullosa, como si lo conociera.

Por fin voy a conocerlo. Camino hasta la sala de reuniones y está abarrotada de gente que habla de juegos, equipos, jugadas, momentos del béisbol que ha vivido Andrés, todos con una sonrisa en la cara. Las mujeres presentes en la sala me dicen en susurros: -¿verdad que es bello?- no puedo más que sonreír. Hombres y mujeres posan con El Gran Gato, para llevarse una foto de recuerdo . Pasan unos minutos y nada que la gente se va. Me presento. Nadie escucha. Me siento al lado de un señor que no conozco, le saludo, estiro la mano y digo: “mucho gusto, la gata Galarraga”. El señor se ríe de buena gana y me contesta: “mucho gusto, Luis Alfonso Galarraga” La cara se me puso roja, pero me hice la loca y decidí que era mejor reírme.

14 de Julio. Día de la toma de la Bastilla. Día de las fotos con El Gran Gato. Andrés es paciente. Un brazo de Andrés es del tamaño de mis piernas juntas. Trato de ajustarme a la foto mientras él hace un swing lentamente. Me monto en unas petaninas o apple box, que son unas cajitas de madera, que se usan para alcanzar altura. Andrés es grande. Juan y Luis Alfonso conversan al fondo del estudio. Me doy cuenta de que afuera todos están agolpados detrás de la puerta, tratan de ver o quieren estar cerca del “Ídolo”. Hay una ventanita pequeña llena de muchos ojos que quieren ver la sesión. Cambio de vestuario. Se escucha el silbido típico que identifica el piropo o el gusto. Termino la sesión, las puertas se abren y entra un gentío a tomarse fotos con Andrés. Hablo con Juan y Luis Alfonso, miramos las fotos. Todos contentos.


Luis Alfonso, es el hermano de Andrés. Siempre sonríe. Me dice: “Le conté a Andrés lo de la Gata Galarraga”- miro donde está Andrés y ambos ríen, tal vez de la picardía o de mi cara de ponchada. No importa. Igual me lo disfruto.

Mientras todos hablan con Andrés, converso con Luis Alfonso. Le digo que ver a Andrés a través del lente, fue tener el privilegio de ver tanta vida y tanta historia pero sobre todo, una enorme sencillez para alguien que como él ha logrado muchas cosas.

El mejor jugador. El orgullo de Venezuela. Había pasado por un cáncer. Todavía tengo la imagen de un montón de cartas que forraban un enorme jardín, de gente que le había escrito para apoyarlo durante su enfermedad. No sé el nombre del fotógrafo pero admiro esa forma de narrar una historia completa en un solo click.

Alfonso me cuenta que él también fue jugador de béisbol. Que fue el primero en tener amor por la pelota. Me habla de los juegos de chapita en Chapellin –zona de Caracas, donde nacieron los Galarraga- donde conserva aún gente querida y conocida. Tuvo que dejar la pelota por el trabajo para que Andrés pudiera hacer su carrera. Me quedo maravillada de su confesión. Nunca un ídolo llega solo a ninguna parte.

Me explica que tiene apellido italiano. -¿Galarraga?, digo yo- No, Padovani –me contesta. Pienso que me dice eso porque usé la palabra bello en italiano, arrastrando la e, de forma de romper el hielo en la sesión de fotos, cosa que nos dio risa a todos. Los Galarraga saben sonreír. Siempre sonríen y de forma plácida. Como esas risas verdaderas que contagian.

Me gusta esa música que pusiste durante las fotos –me dice. Rubén Blades siempre es buena compañía –pienso. Además, a quién le miento, me encanta la salsa. El reto que me lanza es ir a bailar. Ya lo haremos. Algún día.  Días después, me invitó y fui. Era más conocido en ese local que el mismo Andrés y baila muy bien la salsa. Nos hicimos amigos, desde ir a comer, hasta ir al mismo gimnasio, pero el mejor regalo que me dio Luis Alfonso, fue un día de semana que me contó que fue a Capaya –un pueblo del oriente del país y donde existe la leyenda que ahí nació Simón Bolívar- ese fin de semana y trajo un montón de mangos. Me habló de la jalea de mango que hace Juanita, su mamá. Me trajo la primera. En agradecimiento, le envié a Juanita, una mata de Gloxinia que tiene flores de colores muy vivos.

De ahí en adelante, Juanita recibió muchas Gloxinias. Yo, en cambio, me comí muchas jaleas de mango de sus maravillosas manos. Cuando Alfonso decía: “es temporada de mangos en Capaya” yo sabía que era temporada de Jalea.

Luis Alfonso nos dejó en Mayo del 2008. Juanita, en el 2011.

Volví a ver a Andrés, otra vez haciendo fotos. Esta vez, jugando Golf. Juega en serio. Gana campeonatos. Practica golf con mucha disciplina y lo hace espectacular.

Caminé con él, con Juan y con Salo, los dieciocho hoyos. Por supuesto, yo con ganas de jugar siempre, le digo a Andrés que Juan y Salo no me dejan, él sin pensarlo me da el palo y me dice, dale. No lo pensé. Tengo propensión a hacer el ridículo sin problemas. Recibí un tremendo halago de Andrés, quien me dijo, lo haces bien, tienes técnica. Fue un solo hoyo. Fue la gloria, como la Jalea de mango de Juanita.