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lunes, 14 de octubre de 2013

Hora de generar cambios.


Cuando el pitazo final sonó en el gramado de Pueblo Nuevo, sus caras transmitían la misma decepción, el mismo dolor y la rabia de millones de venezolanos, quienes mirábamos expectantes cómo nuestra selección quedaba una vez más en el camino al mundial. Los jugadores sabían que el sueño, que ya estaba en estatus de milagro, se les terminaba de ir de las manos.

Con un amargo empate contra el seleccionado paraguayo, la Vinotinto se despedía de la cita mundialista que tiene lugar el próximo año en Brasil.

De este largo proceso de eliminatorias, quedan recuerdos increíbles y un mar de dudas y de preguntas con respuestas probables, pero que  las mismas son dejadas a un lado porque no convienen al zar del fútbol nacional.

Es difícil mirar hacia atrás y no pensar en lo que pudo ser y no fue. El fútbol venezolano y su máximo exponente –La Vinotinto- siguen viviendo en el casi. No se termina de cuajar, no termina de engranar porque simplemente no hay un proyecto completo.

Se lleva las riendas de esta selección queriendo resultados sin tomar en cuenta que para ello es necesario realizar un trabajo desde abajo, desde las menores, para luego apostar a consolidación de un juego coherente y a la altura de las exigencias de la competición. Ese debería ser el manejo desde lo más alto de la Federación hasta llegar a quien propone el planteamiento táctico de los partidos, el director técnico. En este caso, Venezuela no ha tenido esos ingredientes en ninguna de esas dos figuras.

Y no se trata de carencia de talento, porque aquí hay de sobra. Un grupo de jugadores con un nivel futbolístico que puede rendir si se dan las directrices acertadas, si se traslada el potencial individual para conseguir el engranaje necesario entre cada uno de ellos y hacer de este un equipo con opciones, competitivo y en un óptimo nivel para lograr llegar a un mundial.

El problema entonces no radica en lo que son capaces de hacer los futbolistas en la cancha, sino en tomar esas capacidades para llevarlas al equipo, creando un estilo y hasta una filosofía para lograr los resultados. Es cuestión de desarrollar el cómo del juego.

Ahí entramos en materia técnica y planteamiento táctico. Desde hace mucho tiempo he expresado que el actual DT de la selección no es un estratega que cuente mi agrado.

Hay que reconocer los logros que, al mando de César Farías, ha tenido la selección, tanto la mayor como las menores. No ha sido enteramente su responsabilidad, pero es parte del cuerpo técnico, así que tiene méritos.

Sin embargo, es momento de analizar en frío y observar el panorama completo, y la realidad es que la meta no fue alcanzada. El objetivo que se trazó Farías y su equipo no fue logrado, aún teniendo circunstancias “favorables”, pues contó con mucho más recursos y condiciones por parte de la Federación Venezolana de Fútbol que sus antecesores.

No ver a la Vinotinto en el Mundial, por más dolor que genere en el orgullo, termina siendo el reflejo de una realidad mucho más compleja.

Si no hay fuerza en las bases, en los cimientos de un equipo, cuando su principal fuente de alimentación es un torneo que carece de recursos, de competitividad, de complejidad y de elementos para ser fuerte, entonces entendemos porqué el estancamiento del fútbol venezolano.

Para que la Vinotinto logre sacudirse el “casi” de su órbita, deben realizarse cambios necesarios en la visión del juego, en las formas, y por qué no, hasta en los códigos. Es necesario modificar las estructuras de trabajo, entender que el fútbol no es sólo un montón de resultados, algunos brillantes y otros grises, la mayoría productos del azar del momento y no de un estilo propio de juego.

Cuando un país no cuenta con un torneo local adecuado, donde el mismo termina siendo un trámite, tiene más dificultades para llegar a un mundial de mayores. Por eso resulta inverosímil hablar de "evolución" del fútbol en Venezuela.  

Una federación que lleva al seleccionado nacional por un camino VIP y al campeonato local por el callejón de la amargura, está destinada -como es el caso- a sucumbir fracaso tras fracaso. Y es que, es difícil no caer en los vicios del poder cuando se tienen 27 años al mando de una institución, como es el caso de Esquivel Es tiempo de dar un paso al costado, pues resulta obvio que ya no hay ideas nuevas que ayuden al crecimiento y desarrollo apropiado del balompié criollo. 


Se nos avecina año y medio fuera de competiciones oficiales. Es el momento ideal para dar el salto y empezar a generar el cambio necesario, no sólo en los nombres sino en la esencia, que al final es lo que hace la gran diferencia entre los que escriben de historia y los que la protagonizan. 

domingo, 6 de octubre de 2013

Empezar desde cero...


Hace un año, apenas, los Boston Red Sox eran el claro ejemplo para cualquier analista deportivo. Sí, aunque parezca descabellado, era así. Cuando se quería hablar sobre todo lo que no debía pasar dentro o fuera de un campo de béisbol para un equipo de Grandes Ligas, fácilmente se podía señalar la pobre actuación de los patirrojos, y la imagen quedaba tan clara como el cristal.

Si hacemos memoria rápida, recordaremos cómo los Red Sox hicieron de perder todo un arte.

Al mando de Bobby Valentine, quien llegó a dirigir a los de Boston luego del escandaloso final de la era Francona, -y a juicio de quien está tras estas letras, una de las peores decisiones que ha tenido la gerencia del equipo- la novena de Nueva Inglaterra completó una temporada para el olvido.

Un equipo errático, sin profundidad en su bullpen, con una rotación de abridores que no contaba con el apoyo de la ofensiva, pues los bates eran tan grises como el color del clásico uniforme. No había bateo, y peor, al parecer no había ganas de hacer algo al respecto. Súmele a eso un manager que nunca logró adaptarse ni armar un estilo de juego, pues se sentía la tensión perenne entre los jugadores y quien se supone los dirigía, y tiene la receta perfecta para el fracaso. Y eso fue, un monumental fracaso.

Basta decir que en la pasada temporada, los Red Sox quedaron últimos en la división este de la Liga Americana, con un nefasto record de 69-93, siendo el tercer peor equipo de todas las Grandes Ligas en esa zafra.

Al finalizar la campaña, se anunció el despido de Valentine, y la contratación del ex manager de los Toronto Blue Jays, John Farrel. Ese fue el punto de inflexión. Ahí comenzó la transformación del equipo de Boston.

Con un manojo de cambios importantes en la nómina del equipo, 2013 se veía incierto pero prometedor para la tropa de Farrel. ¡Y de qué forma supieron aprovechar los nuevos vientos!

Al finalizar la presente campaña regular, los Red Sox se habían convertido en el equipo con el mejor record en todas las grandes ligas, finalizando con 97 victorias y 65 derrotas, empatado con los Cardenales de San Luis, y regresando por todo lo alto a la postemporada.

La vida, en ocasiones, se encarga de enseñarnos que cuando llegas al punto más bajo posible lo único que puedes hacer es surgir, y el equipo de Boston, a pesar de las miradas escépticas del mundo del béisbol, logró salir del hueco donde se había posado para alcanzar una de las actuaciones más sólidas desde 2007, cuando conquistaron la Serie Mundial por última vez. El golpe anímico de la temporada pasada parece haber funcionado como incentivo para el equipo.

No sabemos cómo terminará este gran año de los Red Sox, pues ahora mismo se encuentran luchando contra los Rays de Tampa Bay por el pase al campeonato de la Liga Americana, pero parece que la misión de cambio fue cumplida.

Desde aquí, sólo queda agradecer a Bobby Valentine. Y no, no me equivoco de verbo. Hay que agradecer. De no ser por ese descarrilado tren, que incluyó a jugadores, cuerpo técnico y hasta a la fanaticada, sacando una de las peores caras del equipo, quizás hoy él seguiría dirigiendo a Boston y otra sería la historia.

En una alocada perspectiva, quizá fue ese su aporte a la presente campaña del equipo de Farrel.

@beaneyvi