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jueves, 27 de junio de 2013

DESDE LAS GRADAS: Se busca "enseñador"

Por Maiskell Sánchez @maiskell
Leo en Twitter, “juego de infarto”, “me va a dar algo” “que estrés” “que sufrimiento” y otros más emocionados escriben “qué locura esta vaina” “Qué bolas de juego” No me queda otra que prender la televisión. Es el tercer cuarto del séptimo partido de la final de la NBA.
Veo a un gigante ser el dueño completo de la cancha: LeBron James. La cancha se ve chiquita. El juego es tan rápido que alegrarse o quejarse pasa en fracciones de segundos. No importa si no entiendes, igual emociona.
En mi familia, hay fanáticos para todos los deportes y equipos. Busco al que es fanático del Miami Heat y al de San Antonio Spurs para comentar con ellos el juego. Confieso que voy por el Miami Heat, pero a mi me gusta Tony Parker: Qui n´en a pas?  
Me remonto de inmediato a los tiempos cuando practicaba tenis de mesa (me pregunto porqué escogí ese juego) donde mi entrenador –el chino, chino asiático y más venezolano que la arepa- nos tenía que sacar de la cancha de basket para seguir el entrenamiento. Driblar me encantaba, claro, con mi tamaño no serviría ni para piloto, pero ese es otro cuento.
Al día siguiente, en el almuerzo, la conversa giró sobre la final de la NBA y el basket en general. En vez de aprender porqué son tres, dos, o un punto, lo primero que pregunté fue por Andersen, jugador que imagino, debe tener tatuados hasta las plantas de los pies. Hacerle una foto sería genial.
Lo que más me emociona es lo rápido que cambia la pizarra.
El equipo que siempre me gustó era el de Michael Jordan, así que grité a ritmo de Chicago Bulls y de los Wizards. Conclusión: lo que me gustaba era el juego de Michael Jordan.
Por este desorden en el basket, busco quien me enseñe a entender el juego por completo, y compartir los cuarenta y ocho minutos dentro de una cancha para terminar diciendo: ¡Qué grande LeBron James!


Roja Directa. Parte III


¡Ay, el brillo de las estrellas! Y no, no me refiero a las que vemos todas las noches en el firmamento. Hay personas que llegan a la palestra pública y se convierten en un brillo andante como resultado de sus acciones, de sus hazañas y logros. En especial, cuando esos llegan acompañados de una buena dosis de drama. ¡Cómo se disfruta cuando el héroe termina siendo el que más dificultades ha tenido!

Así sucedió con Lance Armstrong.

Ciclista con una prominente carrera, fortaleza y gran capacidad de superación. Todos los ingredientes para de un ícono deportivo.

Armstrong comenzó a brillar desde 1991, cuando consiguió su boleto para participar en los Juegos Olímpicos de Barcelona. Tras lograr el puesto 14º en la cita olímpica, firma su primer contrato como profesional con el equipo de Motorola. Después de eso, el camino estaba listo para las ruedas del estadounidense.

Luego de ganar competencias de alto nivel como la Clásica de San Sebastian en 1995, consiguió la etapa final en  Limonges del Tour de Francia, donde el momento más emotivo fue su llegada a la meta con los brazos al cielo para dedicar la victoria a Fabio Casartelli, compañero de equipo de Lance quien había fallecido en esa misma edición del Tour.

La vida tiene más drama que cualquier novela de televisión... La de Lance Armstrong no fue la excepción.

Llega el funesto año 1996. Un duro revés para el ciclista. A sus 25 años de edad, y luego de someterse a varios exámenes, los médicos detectan un cáncer testicular, el cual había hecho metástasis en los pulmones y el cerebro del estadounidense.

Con semejante golpe, Armstrong se sometió de emergencia a una cirugía donde le fue extirpado un testículo, y fue expuesto a varias sesiones de quimioterapia. Tras haber pasado por el duro procedimiento, le fue informado que sus probabilidades de sobrevivir a la enfermedad eran menos de un 40%.

Con eso en mente, Lance empezó un tratamiento con una quimioterapia que, según sus doctores, no disminuiría su capacidad pulmonar en caso de supervivencia. Fue intervenido nuevamente para extirpar los tumores que invadían su cerebro, y pasó por un último ciclo de quimioterapia a finales de 1996.

¡Sorprendentemente, lo había hecho! El ciclista salió victorioso en la dura batalla contra el cáncer, y reapareció en 1998 al escenario deportivo.

Teniendo en los bolsillos esa victoria ante la muerte, Lance Armstrong logró lo que nadie había imaginado. Tras un regreso de antología, el estadounidense llegó a la élite del ciclismo cuando se quedó con el título del Tour de Francia de 1999.

Para engrandecer aún más su nombre, su estrellato, su leyenda, Lance alcanzó uno de los records más imponentes en la historia del deporte; alzarse siete veces con el Tour de Francia, la competición más importante en el ciclismo profesional.

A lo largo de todos esos años donde decir “Lance Armstrong” era un sinónimo de Superman, fue señalado de dopaje y uso de ciertas sustancias que influyen en el rendimiento de los atletas -esteroides, suplementos prohibidos, y otros psicotrópicos- y en todas esas ocasiones, el americano negó categóricamente que usara dichas sustancias, respaldado además por los resultados de las pruebas a las cuales fue sometido en numerosas oportunidades. ¡Él tenía razón! Todo indicaba que su actuación siempre fue limpia y honesta, al menos así se vendió a quienes lo observamos detenidamente.

Tras siete Tours de Francia, millones de dólares en premios, patrocinio y el brillo incandescente de una estrella, llegaría el fatídico año 2012 para Armstrong.

Luego de una investigación exhaustiva, de muchas voces, de comunicados, desmentidos y una polémica sin fin, el deportista fue acusado el 13 de junio de 2012 por la Agencia Antidopaje de Estados Unidos (USADA, por sus siglas en inglés), presentando un escrito de 15 páginas donde se explicaban los cargos por los cuales se le acusa y una serie de pruebas en contra del ciclista.

Su proceso ante la USADA terminó con el retiro de los siete títulos de Tour de Francia que había obtenido, por cuanto se determinó que los mismos fueron ganados por el ciclista, quebrantando las reglas en relación al dopaje y al uso de sustancias prohibidas para mejorar su rendimiento.

En octubre de 2012, fue presentada la acusación formal por parte de la USADA ante la Unión Ciclista Internacional (UCI), en contra de Lance Armstrong y el equipo US Postal, por utilizar lo que llamaron el “...sistema más sofisticado, profesionalizado y exitoso de dopaje que el deporte jamás ha visto”. En dicho informe, de unas 1000 páginas, existen las deposiciones de 26 personas, entre las que destacan las declaraciones de 11 excompañeros de Lance. Estudiada la acusación presentada por la USADA, la UCI decidió hacer efectiva la sanción contra el ciclista, y proceder a despojarlo de los 7 títulos del Tour de Francia, y sancionarlo de por vida, vetándolo del ciclismo profesional.

Un golpe muy duro para el tejano, quien meses después de la decisión, rindió una entrevista a la presentadora Oprah Winfrey, donde reconoció que sí había hecho uso de sustancias y procedimientos prohibidos (Eritropoyetina, testosterona y transfusiones de sangre) para mejorar su rendimiento en la competición... ¡Así, sin mayor esfuerzo!

Y usted probablemente dirá que esto es un simple caso de dopaje, donde la ética deportiva se perdió, pero que comparado con otros casos, no es “tan grave”. Lo de Lance Armstrong no sólo fue un caso de quebrantamiento de las normas deportivas y el reglamento de la USADA, sobre el uso de sustancias ilegales sino que cuando se revisa a fondo todo lo que sucedió en este emblemático caso, tenemos delitos serios.

La estafa de quien vendió una imagen para seguir brillando, valiéndose de la heroica historia que venía con su persona tras la batalla que libró con una terrible enfermedad. El daño patrimonial causado a patrocinantes, equipos, empresas y fundaciones, forma parte de todo lo que se llevó por delante el estadounidense, desde 1998.

Muchos hablaban del secreto a voces en relación al caso del dopaje. Con el proceso instruido contra Lance, y las sanciones aplicadas, quedó en evidencia uno de los grandes problemas del ciclismo profesional, donde todos saben pero nadie dice nada, porque al final todos pueden caer por el mismo tobogán.

¿Era necesario llegar a esas instancias, alargando lo que sería inevitable? 

Cuando la ética se confunde con el quebrantamiento de leyes federales, ¿hasta dónde puede llegar una persona, un equipo completo, por el triunfo, sin importar las consecuencias? Lamentablemente, esto es sólo la punta de iceberg.