Por Maiskell Sánchez
Lo primero que ví fue un cuello de
donde brotaban unas venas que gritaban algo ininteligible para mi. No era una
coral, pero ese coro de voces era perfecto… hay una banda de música, que
arranca con un sonido de tambor suave para recibir al equipo en la cancha
y una frase pegajosa y alegre que anuncia que ya viene algo bueno: Ro,
dale dale ro, dale ro, dale ro, dale dale ro. Esta frase, va acompañada de un
movimiento particular de la mano derecha que baila de atrás hacía adelante
en una coreografía perfecta de bienvenida.
Miro hacía mi izquierda y estoy
cerquita de la llamada barra brava del Caracas. Hay una amalgama de
colores, personas y alegrías. Predomina el blanco, el rojo y el negro en todo
el estadio. Nadie tiene un uniforme pero en todos hay la representación de
los colores del equipo. Las muchachas se combinan la vestimenta, desde los
lentes hasta los zapatos y la mayoría lucen maquilladas y arregladas
como si de un concierto se tratara. Los hombres no escapan a esta regla no
escrita de estar combinado con el equipo, y con osadía y agrado
muestran los tatuajes que se han hecho, para demostrar que a su equipo lo
llevan literalmente en la piel.
Aparecen las pancartas y vamos leyendo
de donde proceden los fanáticos: Caricuao, 23 de enero, Los Teques,
El Hatillo, Demonios del Centro, Caucagua, Demonios Rojos… y veo un montón de
muchachos que se suben a la cerca que bordea la cancha y ponen las pancartas
que alientan al equipo a saberse acompañados por su fanaticada.
¡La alegría se vuelve contagiosa aunque
nunca hayas ido a un juego de fútbol!
Hay un espacio en las gradas de la
barra brava, que está cubierta por sombrillas rojas y blancas, que le da
una vistosidad cinematográfica al evento. Están dispuestas en perfecto
orden y se hacen acompañar a los lados por las banderas blancas, rojas,
negras y de Venezuela, que ondean bajo el compás del canto de bienvenida.
El ambiente se pone festivo cuando los
jugadores del Caracas entran a saludar a las barras, una lluvia de cintas
blancas caen como serpentinas de la piñata con más gente a la que he ido
en mi vida, se oyen los cañonazos de los tumba ranchos que anuncian con alegría
que el juego ¡ya va a comenzar!
La canción del Dale Ro, toma un ritmo
más rápido y el estallido hace que sientas que Venezuela es el mejor país
del mundo.
El repertorio de canciones se dejan
sentir, esto tiene un orden perfecto que por supuesto no me sabía para nada,
pero me llegaba el ritmo y el tempo de ese espectáculo y entendía que estaba en
presencia del nacimiento de un nuevo sentimiento.
“… como no te voy a
querer, si eres el rojo de mis amores, si eres el mejor de los
mejores, por eso siempre te vengo a ver…”
Comienzan los fanáticos a brincar con
la sonrisa pegada al rostro, dando todo lo que sale de su garganta
para que sus jugadores sepan que no están solos y que nadie puede meterse con
ellos
“… Como no te voy a
adorar, si por las noches contigo sueño, si de este campo me
siento dueño, me hace feliz, verte ganar, yyyyyy matar al (dicen el nombre del
equipo rival)…”
Nadie que pertenezca a la barra del
Caracas canta el himno nacional, es la única vez que puedo escuchar algo que
suene por los parlantes, hasta el momento cuando dice: “…seguid el ejemplo que
Caracas dio…” y se oye ese enorme grito a Caracas que con la caída del
atardecer y esa luz hermosa que entra en el Estadio Olímpico de la Universidad
Central de Venezuela, parece que se pusieron de acuerdo para iluminar la
alegría que se siente.
Las canciones de la barra, me
sorprendieron por dos cosas particulares; son versiones de canciones de
Dimensión Latina, Papashanty, Un Solo Pueblo, entre otros cantantes o grupos,
que los fanáticos han ajustado a sus deseos, como está de “Noche de
fantasía”, que en la versión futbolera del rojo dice:
“…Hoy he vuelto a la
cancha, después de tanto tiempo
con nuestros
jugadores, para meterle el pecho
y esta es tu barra, la
que grita, la que canta, la que toma birra y fuma marihuana en todas
partes soy borracho y atorrante y esta barra roja si tiene aguante
Vamos, vamos Caracas,
regálame una estrella aunque ganes o pierdas yo a ti te sigo igual…”
Lo otro que llama mi atención, es la
cantidad de malas palabras que cantan grandes y pequeños, como esta que
expresa:
“Me dicen el matador,
yo soy el rojo… a todos los Tachirenses* yo me los
cojo…”
La mala palabra me sorprendió, no lo
niego, pero lo que más me sorprendió fue reconocer que dentro del ambiente del
estadio, sonaba sin estridencia.
Hay mucho que aprender de la pasión de
“Los rojos del Ávila” desde las canciones, hasta el tomarse una cerveza bien
fría y brindar aunque vaya perdiendo el equipo.
Esa tarde del 18 de diciembre, el
Caracas Fútbol Club, me hizo bailar, aunque mis ojos estaban llenos de lágrimas
por la partida de una amiga, y mis sobrinas en ánimo de no dejarme sola, me
llevaron al estadio, para que entendiera que la alegría y la vida siguen y que
la vida es un juego que hay que vivirlo con la pasión de un fanático.