¡Ay,
el brillo de las estrellas! Y no, no me refiero a las que vemos todas las
noches en el firmamento. Hay personas que llegan a la palestra pública y se
convierten en un brillo andante como resultado de sus acciones, de sus hazañas y
logros. En especial, cuando esos llegan acompañados de una buena dosis de drama.
¡Cómo se disfruta cuando el héroe termina siendo el que más dificultades ha
tenido!
Así
sucedió con Lance Armstrong.
Ciclista
con una prominente carrera, fortaleza y gran capacidad de
superación. Todos los ingredientes para de un ícono deportivo.
Armstrong
comenzó a brillar desde 1991, cuando consiguió su boleto para participar en los
Juegos Olímpicos de Barcelona. Tras lograr el puesto 14º en la cita olímpica,
firma su primer contrato como profesional con el equipo de Motorola. Después de
eso, el camino estaba listo para las ruedas del estadounidense.
Luego
de ganar competencias de alto nivel como la Clásica de San Sebastian en 1995, consiguió la etapa final en Limonges
del Tour de Francia, donde el momento más emotivo fue su llegada a la meta con
los brazos al cielo para dedicar la victoria a Fabio Casartelli, compañero de
equipo de Lance quien había fallecido en esa misma edición del Tour.
La
vida tiene más drama que cualquier novela de televisión... La de Lance
Armstrong no fue la excepción.
Llega el funesto año 1996. Un duro revés para el ciclista. A sus 25 años de edad, y
luego de someterse a varios exámenes, los médicos detectan un cáncer
testicular, el cual había hecho metástasis en los pulmones y el cerebro del
estadounidense.
Con
semejante golpe, Armstrong se sometió de emergencia a una cirugía donde le fue
extirpado un testículo, y fue expuesto a varias sesiones de quimioterapia. Tras
haber pasado por el duro procedimiento, le fue informado que sus probabilidades
de sobrevivir a la enfermedad eran menos de un 40%.
Con
eso en mente, Lance empezó un tratamiento con una quimioterapia que, según sus doctores, no disminuiría su capacidad
pulmonar en caso de supervivencia. Fue intervenido nuevamente para extirpar los
tumores que invadían su cerebro, y pasó por un último ciclo de quimioterapia a
finales de 1996.
¡Sorprendentemente, lo
había hecho! El ciclista salió victorioso en la dura batalla contra el cáncer,
y reapareció en 1998 al escenario deportivo.
Teniendo en los
bolsillos esa victoria ante la muerte, Lance Armstrong logró lo que nadie había
imaginado. Tras un regreso de antología, el estadounidense llegó a la élite del
ciclismo cuando se quedó con el título del Tour de Francia de 1999.
Para engrandecer aún
más su nombre, su estrellato, su leyenda, Lance alcanzó uno de los records más
imponentes en la historia del deporte; alzarse siete veces con el Tour de
Francia, la competición más importante en el ciclismo profesional.
A lo largo de todos
esos años donde decir “Lance Armstrong” era un sinónimo de Superman, fue señalado de dopaje y uso de ciertas sustancias que
influyen en el rendimiento de los atletas -esteroides, suplementos prohibidos,
y otros psicotrópicos- y en todas esas ocasiones, el americano negó
categóricamente que usara dichas sustancias, respaldado además por los
resultados de las pruebas a las cuales fue sometido en numerosas oportunidades.
¡Él tenía razón! Todo indicaba que su actuación siempre fue limpia y honesta,
al menos así se vendió a quienes lo observamos detenidamente.
Tras siete Tours de
Francia, millones de dólares en premios, patrocinio y el brillo incandescente
de una estrella, llegaría el fatídico año 2012 para Armstrong.
Luego de una
investigación exhaustiva, de muchas voces, de comunicados, desmentidos y una
polémica sin fin, el deportista fue acusado el 13 de junio de 2012 por la
Agencia Antidopaje de Estados Unidos (USADA, por sus siglas en inglés),
presentando un escrito de 15 páginas donde se explicaban los cargos por los cuales se le acusa y una serie de pruebas en contra del ciclista.
Su proceso ante la
USADA terminó con el retiro de los siete títulos de Tour de Francia que había obtenido,
por cuanto se determinó que los mismos fueron ganados por el ciclista, quebrantando las reglas en relación al dopaje y al uso de sustancias prohibidas
para mejorar su rendimiento.
En octubre de 2012,
fue presentada la acusación formal por parte de la USADA ante la Unión Ciclista
Internacional (UCI), en contra de Lance Armstrong y el equipo US Postal, por
utilizar lo que llamaron el “...sistema más sofisticado, profesionalizado y
exitoso de dopaje que el deporte jamás ha visto”. En dicho informe, de unas 1000 páginas,
existen las deposiciones de 26 personas, entre las que destacan las
declaraciones de 11 excompañeros de Lance. Estudiada la acusación presentada
por la USADA, la UCI decidió hacer efectiva la sanción contra el ciclista, y
proceder a despojarlo de los 7 títulos del Tour de Francia, y sancionarlo de
por vida, vetándolo del ciclismo profesional.
Un
golpe muy duro para el tejano, quien meses después de la decisión, rindió una
entrevista a la presentadora Oprah Winfrey, donde reconoció que sí había hecho
uso de sustancias y procedimientos prohibidos (Eritropoyetina, testosterona y transfusiones de sangre)
para mejorar su rendimiento en la competición... ¡Así, sin mayor esfuerzo!
Y usted probablemente dirá que esto es un
simple caso de dopaje, donde la ética deportiva se perdió, pero que comparado
con otros casos, no es “tan grave”. Lo de Lance Armstrong no sólo fue un caso
de quebrantamiento de las normas deportivas y el reglamento de la USADA, sobre
el uso de sustancias ilegales sino que cuando se revisa a fondo todo lo que
sucedió en este emblemático caso, tenemos delitos serios.
La estafa de quien
vendió una imagen para seguir brillando, valiéndose de la heroica historia que
venía con su persona tras la batalla que libró con una terrible enfermedad. El daño
patrimonial causado a patrocinantes, equipos, empresas y fundaciones, forma
parte de todo lo que se llevó por delante el estadounidense, desde 1998.
Muchos hablaban del secreto a voces en
relación al caso del dopaje. Con el proceso instruido contra Lance, y las
sanciones aplicadas, quedó en evidencia uno de los grandes problemas del
ciclismo profesional, donde todos saben pero nadie dice nada, porque al final
todos pueden caer por el mismo tobogán.
¿Era necesario llegar a esas instancias,
alargando lo que sería inevitable?
Cuando la ética se confunde con el
quebrantamiento de leyes federales, ¿hasta dónde puede llegar una persona, un
equipo completo, por el triunfo, sin importar las consecuencias?
Lamentablemente, esto es sólo la punta de iceberg.