Cuando
el pitazo final sonó en el gramado de Pueblo Nuevo, sus caras transmitían la
misma decepción, el mismo dolor y la rabia de millones de venezolanos, quienes
mirábamos expectantes cómo nuestra selección quedaba una vez más en el camino
al mundial. Los jugadores sabían que el sueño, que ya estaba en estatus de
milagro, se les terminaba de ir de las manos.
Con
un amargo empate contra el seleccionado paraguayo, la Vinotinto se despedía de
la cita mundialista que tiene lugar el próximo año en Brasil.
De
este largo proceso de eliminatorias, quedan recuerdos increíbles y un mar de
dudas y de preguntas con respuestas probables, pero que las mismas son dejadas a un lado porque no
convienen al zar del fútbol nacional.
Es
difícil mirar hacia atrás y no pensar en lo que pudo ser y no fue. El fútbol
venezolano y su máximo exponente –La
Vinotinto- siguen viviendo en el casi.
No se termina de cuajar, no termina de engranar porque simplemente no hay un
proyecto completo.
Se
lleva las riendas de esta selección queriendo resultados sin tomar en cuenta
que para ello es necesario realizar un trabajo desde abajo, desde las menores,
para luego apostar a consolidación de un juego coherente y a la altura de las
exigencias de la competición. Ese debería ser el manejo desde lo más alto de la
Federación hasta llegar a quien propone el planteamiento táctico de los
partidos, el director técnico. En este caso, Venezuela no ha tenido esos
ingredientes en ninguna de esas dos figuras.
Y
no se trata de carencia de talento, porque aquí hay de sobra. Un grupo de
jugadores con un nivel futbolístico que puede rendir si se dan las directrices
acertadas, si se traslada el potencial individual para conseguir el engranaje
necesario entre cada uno de ellos y hacer de este un equipo con opciones,
competitivo y en un óptimo nivel para lograr llegar a un mundial.
El
problema entonces no radica en lo que son capaces de hacer los futbolistas en
la cancha, sino en tomar esas capacidades para llevarlas al equipo, creando un
estilo y hasta una filosofía para lograr los resultados. Es cuestión de
desarrollar el cómo del juego.
Ahí
entramos en materia técnica y planteamiento táctico. Desde hace mucho tiempo he
expresado que el actual DT de la selección no es un estratega que cuente mi
agrado.
Hay
que reconocer los logros que, al mando de César Farías, ha tenido la selección,
tanto la mayor como las menores. No ha sido enteramente su responsabilidad,
pero es parte del cuerpo técnico, así que tiene méritos.
Sin
embargo, es momento de analizar en frío y observar el panorama completo, y la
realidad es que la meta no fue alcanzada. El objetivo que se trazó Farías y su
equipo no fue logrado, aún teniendo circunstancias “favorables”, pues contó con
mucho más recursos y condiciones por parte de la Federación Venezolana de Fútbol
que sus antecesores.
No
ver a la Vinotinto en el Mundial, por más dolor que genere en el orgullo,
termina siendo el reflejo de una realidad mucho más compleja.
Si no hay fuerza en las bases, en los cimientos de un equipo, cuando su principal
fuente de alimentación es un torneo que carece de recursos, de competitividad, de complejidad y de elementos para ser fuerte, entonces entendemos porqué el estancamiento del fútbol venezolano.
Para
que la Vinotinto logre sacudirse el “casi” de su órbita, deben realizarse
cambios necesarios en la visión del juego, en las formas, y por qué no, hasta
en los códigos. Es necesario
modificar las estructuras de trabajo, entender que el fútbol no es sólo un
montón de resultados, algunos brillantes y otros grises, la mayoría productos del azar
del momento y no de un estilo propio de juego.
Cuando un país no cuenta con un torneo local adecuado, donde el mismo termina
siendo un trámite, tiene más dificultades para llegar a un mundial de mayores. Por eso resulta inverosímil hablar de "evolución" del fútbol en Venezuela.
Una federación que lleva al seleccionado nacional por un camino VIP y al campeonato local por el callejón de la amargura, está destinada -como es el caso- a sucumbir fracaso tras fracaso. Y es que, es difícil no caer en los vicios del poder cuando se tienen 27 años al mando de una institución, como es el caso de Esquivel Es tiempo de dar un paso al costado, pues resulta obvio que ya no hay ideas nuevas que ayuden al crecimiento y desarrollo apropiado del balompié criollo.
Se
nos avecina año y medio fuera de competiciones oficiales. Es el momento ideal
para dar el salto y empezar a generar el cambio necesario, no sólo en los
nombres sino en la esencia, que al final es lo que hace la gran diferencia entre los
que escriben de historia y los que la protagonizan.