La
terminología bélica no es mi fuerte. No por desconocimiento del tema, sino
porque constantemente estamos tan rodeados de ella que automáticamente mi
sistema rechaza adoptarla como parte de mi vocabulario, y en general como parte
de mi vida.
Sin
embargo, no puedo decir lo mismo de la situación que atraviesa Venezuela, donde
sin estar en guerra vivimos en un conflicto casi
bélico día a día. Una sociedad plagada de desdenes, gritos, irrespeto pero en
especial, de apatía. Tanto de administrados como por parte de quienes nos
administran. Una realidad poco simpática, si me preguntan.
El
deporte es de las poquitas cosas neutras
que tenemos los venezolanos para el disfrute, para despejarnos de la
cotidianidad avasallante, de una situación política, económica y social que agobia
hasta al más zen. Es un refugio, en el buen sentido de la palabra, para
compartir en familia, con amigos y hasta con desconocidos. ¡Es un regalo, sin
duda!
El
pasado lunes, la Liga Profesional de Baloncesto venezolano conocería a su
campeón para la temporada 2013. Cocodrilos de Caracas y Marinos de Anzoátegui,
dos de los equipos más emblemáticos en el país estaban listos para disputar el
séptimo y definitivo juego de la serie final, en el gimnasio Luis Ramos de
Puerto La Cruz.
Desde
hace más tiempo del que quisiera recordar, la violencia se coló como quien lo
hace a una fiesta sin invitación, a las citas deportivas que se llevan a cabo
en el país. ¿Con qué derecho puede llegar ella a dañar ese espacio poco
contaminado, y mancharlo con su odiosa presencia? No hay respuestas.
La
noche del lunes, la conocida Caldera del
Diablo fue una verdadera caldera pero del desastre. Todo empezó muy
temprano, alrededor de las seis de la tarde, cuando un grupo de personas forzó
una entrada del gimnasio. ¡Parecía una película hollywoodense! Irrumpieron en
las instalaciones del recinto deportivo. ¡A lo macho! ¿Y los funcionarios
encargados de resguardar la seguridad de la gente? ¿Qué pasó con ellos? ¿Quién
explica el porqué no estaban ahí cuando se les necesitaba?
Llegaría
la tensa calma que permitió iniciar
el partido, pero a todas luces se veía que las condiciones de seguridad no
estaban dadas para jugar. Se avecinaba la tormenta, lo podías percibir en las
gradas, en el aforo que se quedó pequeño, en la actitud de la gente y en la
poca presencia de efectivos de la Guardia Nacional, así como el cuerpo de
seguridad privada que estaba dentro del gimnasio.
Transcurrió
el encuentro, y cerca del final llegaría el punto cumbre. A falta de
unos escasos 3 segundos para finalizar el partido, Marinos estaba abajo por
tres puntos, y una pérdida de posesión de balón desató la locura en La Caldera. Una ráfaga de botellas
comenzó a salir de las gradas. Padres corriendo tratando de refugiar a sus
niños del infierno que se había prendido. Menores con la sangre corriendo por
el rostro. Jugadores huyendo de la cancha. Periodistas bajo sus mesas de
trabajo.
Volaron
sillas, pedazos de vidrio, vasos, golpes… Voló la decencia y la civilización
para darle paso al reino del caos, a la desestabilización, a la voz que reza aquí sobrevive el más malandro.
El
embajador del papita, maní y tostón, Pepe
Delgado Rivero, quiso apagar el fuego y utilizó gasolina para ello. Apelando al
fanatismo más absurdo, culpó a los árbitros de fallas y decisiones que, a su
juicio, estaban erradas. Un mal mensaje, en el peor momento posible.
¿Qué
estaba pasando? Miraba desconcertada, asombrada y tristemente acostumbrada. En
ese lugar, donde la gente va a disfrutar reinaba la violencia y el desastre del
que huimos a diario. Imperaba la desorganización, la improvisación. En ese
pequeño lugar veía reflejado el profundo problema social y cultural que tiene
todo un país.
Quedaba
al descubierto la poca eficiencia que ha mostrado tanto la Liga como los dueños
de equipos para lograr proporcionarle al público la tranquilidad que merecen a
la hora de visitar un recinto deportivo. Habían fallado. ¡Una vez más,
fallaron!
Estamos
instalados en un país lleno de causas, de acciones fuera de la ley donde la
gente no es que cree, sino que está plenamente convencida que puede hacer lo
que desee porque en esta bella Venezuela no hay consecuencias. Y no, no exagero.
De existir sanciones ajustadas, fuertes, que muestren cero tolerancia a los
hechos violentos, lo del lunes no habría pasado.
Me
rehúso a creer que la violencia nos gane en cualquier terreno. Es hora de hacer
frente a ese pequeño grupo de violentos
que parece ser más grande de lo que dicen, porque está metido en todos lados.
Si
quienes deseamos vivir tranquilos, disfrutar de ese regalo que significa el
deporte para los venezolanos, de verdad somos más, si quienes queremos frenar a
los desadaptados estamos por encima, entonces es hora de mostrarnos porque todo
parece indicar que la mayoría no está con nosotros.
Este
es un grito de impotencia, de coraje, del dolor que me da el ver que cada
aspecto de nuestras vidas está invadido por el descontrol social en el que
estamos sumergidos.
¡Basta.
Ha sido suficiente!
@beaneyvi
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