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miércoles, 17 de julio de 2013

Con la bandera blanca en mano...

La terminología bélica no es mi fuerte. No por desconocimiento del tema, sino porque constantemente estamos tan rodeados de ella que automáticamente mi sistema rechaza adoptarla como parte de mi vocabulario, y en general como parte de mi vida.

Sin embargo, no puedo decir lo mismo de la situación que atraviesa Venezuela, donde sin estar en guerra vivimos en un conflicto casi bélico día a día. Una sociedad plagada de desdenes, gritos, irrespeto pero en especial, de apatía. Tanto de administrados como por parte de quienes nos administran. Una realidad poco simpática, si me preguntan.

El deporte es de las poquitas cosas neutras que tenemos los venezolanos para el disfrute, para despejarnos de la cotidianidad avasallante, de una situación política, económica y social que agobia hasta al más zen. Es un refugio, en el buen sentido de la palabra, para compartir en familia, con amigos y hasta con desconocidos. ¡Es un regalo, sin duda!

El pasado lunes, la Liga Profesional de Baloncesto venezolano conocería a su campeón para la temporada 2013. Cocodrilos de Caracas y Marinos de Anzoátegui, dos de los equipos más emblemáticos en el país estaban listos para disputar el séptimo y definitivo juego de la serie final, en el gimnasio Luis Ramos de Puerto La Cruz.

Desde hace más tiempo del que quisiera recordar, la violencia se coló como quien lo hace a una fiesta sin invitación, a las citas deportivas que se llevan a cabo en el país. ¿Con qué derecho puede llegar ella a dañar ese espacio poco contaminado, y mancharlo con su odiosa presencia? No hay respuestas.

La noche del lunes, la conocida Caldera del Diablo fue una verdadera caldera pero del desastre. Todo empezó muy temprano, alrededor de las seis de la tarde, cuando un grupo de personas forzó una entrada del gimnasio. ¡Parecía una película hollywoodense! Irrumpieron en las instalaciones del recinto deportivo. ¡A lo macho! ¿Y los funcionarios encargados de resguardar la seguridad de la gente? ¿Qué pasó con ellos? ¿Quién explica el porqué no estaban ahí cuando se les necesitaba?

Llegaría la tensa calma que permitió iniciar el partido, pero a todas luces se veía que las condiciones de seguridad no estaban dadas para jugar. Se avecinaba la tormenta, lo podías percibir en las gradas, en el aforo que se quedó pequeño, en la actitud de la gente y en la poca presencia de efectivos de la Guardia Nacional, así como el cuerpo de seguridad privada que estaba dentro del gimnasio.

Transcurrió el encuentro, y cerca del final llegaría el punto cumbre. A falta de unos escasos 3 segundos para finalizar el partido, Marinos estaba abajo por tres puntos, y una pérdida de posesión de balón desató la locura en La Caldera. Una ráfaga de botellas comenzó a salir de las gradas. Padres corriendo tratando de refugiar a sus niños del infierno que se había prendido. Menores con la sangre corriendo por el rostro. Jugadores huyendo de la cancha. Periodistas bajo sus mesas de trabajo.

Volaron sillas, pedazos de vidrio, vasos, golpes… Voló la decencia y la civilización para darle paso al reino del caos, a la desestabilización, a la voz que reza aquí sobrevive el más malandro.

El embajador del papita, maní y tostón, Pepe Delgado Rivero, quiso apagar el fuego y utilizó gasolina para ello. Apelando al fanatismo más absurdo, culpó a los árbitros de fallas y decisiones que, a su juicio, estaban erradas. Un mal mensaje, en el peor momento posible.

¿Qué estaba pasando? Miraba desconcertada, asombrada y tristemente acostumbrada. En ese lugar, donde la gente va a disfrutar reinaba la violencia y el desastre del que huimos a diario. Imperaba la desorganización, la improvisación. En ese pequeño lugar veía reflejado el profundo problema social y cultural que tiene todo un país.

Quedaba al descubierto la poca eficiencia que ha mostrado tanto la Liga como los dueños de equipos para lograr proporcionarle al público la tranquilidad que merecen a la hora de visitar un recinto deportivo. Habían fallado. ¡Una vez más, fallaron!

Estamos instalados en un país lleno de causas, de acciones fuera de la ley donde la gente no es que cree, sino que está plenamente convencida que puede hacer lo que desee porque en esta bella Venezuela no hay consecuencias. Y no, no exagero. De existir sanciones ajustadas, fuertes, que muestren cero tolerancia a los hechos violentos, lo del lunes no habría pasado.

Me rehúso a creer que la violencia nos gane en cualquier terreno. Es hora de hacer frente a ese pequeño grupo de violentos que parece ser más grande de lo que dicen, porque está metido en todos lados.

Si quienes deseamos vivir tranquilos, disfrutar de ese regalo que significa el deporte para los venezolanos, de verdad somos más, si quienes queremos frenar a los desadaptados estamos por encima, entonces es hora de mostrarnos porque todo parece indicar que la mayoría no está con nosotros.

Este es un grito de impotencia, de coraje, del dolor que me da el ver que cada aspecto de nuestras vidas está invadido por el descontrol social en el que estamos sumergidos.

¡Basta. Ha sido suficiente!


@beaneyvi 

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