Hace algunos días me senté
frente al computador, como siempre, y me puse a leer las noticias de nuestro
mundo. Leyendo, ratifiqué una vez más que desde hace tiempo, las noticias
cambian de protagonistas, pero la trama se mantiene igual.
Sin embargo, entre
farándula, salud y política, se cruzó en mi camino un titular que me dejó
sorprendida. Debo reconocer que, durante el tiempo que me tomó leer la nota de
prensa, pensé que justo cuando crees que nada te parece increíble, entonces
algo aparece para mostrarte lo equivocado que puedes estar.
Días atrás, un
árbitro que se encontraba en sus funciones de linier, fue víctima de la
creciente violencia que sigue invadiendo las gradas de los estadios, que se ha
convertido en ese odioso arrocero, ese personaje que
se autoinvita a cualquier celebración, y hace estragos delante de los que disfrutan
de la fiesta.
Las razones del brutal
ataque fueron tan absurdas como el hecho mismo. ¿Los victimarios? Muchachos…
Adolescentes entre 15 y 17 años, enardecidos porque el equipo al cual aupaban
cayó derrotado en el encuentro que se estaba disputando. ¿Impetuosidad juvenil? No lo justifica. ¿Justo? Por supuesto
que no.
El espectáculo principal
en un evento deportivo, en teoría, suelen ser los goles, los batazos, las
carreras, las jugadas asombrosas, ver quién cruza la meta primero; razones por
las cuales vamos al estadio. Nos gusta disfrutar de la belleza del deporte. Los
colores, los sonidos, las formas.
Me cuesta trabajo entender que algo tan repudiable como la violencia se haya convertido en la moda para que algunos se sientan más fanáticos que otros. Es sorprendente cómo van
tomando auge estos hechos que, más allá de demostrar amor a un equipo, terminan
mostrando gran ignorancia e irrespeto hacia la sociedad, a las personas que nos
rodean y hacia la vida.
Ante tal situación, que
crece tan rápido como cualquier virus, uno constantemente se pregunta, tipo Chapulín Colorado, ¿quién podrá
defendernos? ¿Ante quién se puede acudir para que los mal llamados fanáticos,
que no terminan siendo sino unos inadaptados, cesen en este tipo de actos? ¿No
es suficiente ver la violencia que empaña las calles y entristece familias,
como para también tenerla dentro de un lugar destinado a entregar sonrisas y
alegrías?
Nos persigue en la calle,
nos encuentra en cualquier lugar. A fanáticos, jugadores, árbitros, umpires.
Hace apenas horas, un jugador militante del Yaracuyanos Fútbol Club fue herido
de bala, para despojarlo de sus pertenencias. Leo esas cosas, soy testigo de
esas noticias, y un grito casi ahogado de desesperación sale de mi ser “¿Hasta cuándo?”.
A los violentos no les
interesa nada. Como dicen en una gran película “Hay gente que sólo quiere ver el mundo arder”. Y así parece ser.
Esas personas necesitan ver el mundo en caos. Un caos que lamentablemente nos
daña a todos. No se es más fanático o hincha de un equipo por la cantidad de
problemas que genere tu conducta. No amas más a una camiseta por agarrarte a
golpes con el rival, o amenazar y lastimar a quienes, según un nublado
criterio, están en tu contra.
Las respectivas ligas que
organizan a los clubes y equipos que hacen vida deportiva en nuestro país deben
empezar a tomar medidas al respecto, pero no de esas donde se restringe el
acceso de una barra a un estadio, sólo porque no se puede detener la acción de
unos cuantos. No es justo con quienes disfrutamos el deporte con
responsabilidad y civismo. Y de esa tanda, somos mayoría. No creo que los entes rectores deban aislarse del problema, ni castigar a quienes no tienen la culpa. Así
solo estarían echando leña al fuego,
y los verdaderos responsables quedarían a sus anchas. Hay que rescatar y hacer
respetar, por lo menos, el lugar donde vamos con la familia a disfrutar de
nuestros equipos y deportes favoritos.
Nosotros, como amantes del
deporte, tenemos la misión de empezar desde lo más básico, desde nosotros
mismos, a exigir el debido respeto y apego a las normas. Cumplir y hacer
cumplir los códigos de conducta propios de una sociedad civilizada, porque
odiaría pensar que ya eso no existe.
Hablo como
apasionada del deporte, como asidua visitante de campos deportivos, porque para
mi es un estilo de vida. Desde este rincón del mundo, donde me alarma la muerte
de un árbitro quien jamás pensó que, por hacer su trabajo, terminaría perdiendo la
vida. Esto no es nuevo, y eso es preocupante, lamentable y simplemente da miedo.
Dejemos de buscar quién
podrá defendernos, y empecemos por vestirnos de héroes anónimos para rescatar
lo que, en principio, nunca debimos haber perdido. Somos mayoría... ¡Demos el ejemplo!