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sábado, 15 de diciembre de 2012

¡Paren el juego! Así como que no es la cosa...


Hace algunos días me senté frente al computador, como siempre, y me puse a leer las noticias de nuestro mundo. Leyendo, ratifiqué una vez más que desde hace tiempo, las noticias cambian de protagonistas, pero la trama se mantiene igual.

Sin embargo, entre farándula, salud y política, se cruzó en mi camino un titular que me dejó sorprendida. Debo reconocer que, durante el tiempo que me tomó leer la nota de prensa, pensé que justo cuando crees que nada te parece increíble, entonces algo aparece para mostrarte lo equivocado que puedes estar.

Días atrás, un árbitro que se encontraba en sus funciones de linier, fue víctima de la creciente violencia que sigue invadiendo las gradas de los estadios, que se ha convertido en ese odioso arrocero, ese personaje que se autoinvita a cualquier celebración, y hace estragos delante de los que disfrutan de la fiesta.

Las razones del brutal ataque fueron tan absurdas como el hecho mismo. ¿Los victimarios? Muchachos… Adolescentes entre 15 y 17 años, enardecidos porque el equipo al cual aupaban cayó derrotado en el encuentro que se estaba disputando. ¿Impetuosidad juvenil? No lo justifica. ¿Justo? Por supuesto que no.

El espectáculo principal en un evento deportivo, en teoría, suelen ser los goles, los batazos, las carreras, las jugadas asombrosas, ver quién cruza la meta primero; razones por las cuales vamos al estadio. Nos gusta disfrutar de la belleza del deporte. Los colores, los sonidos, las formas.

Me cuesta trabajo entender que algo tan repudiable como la violencia se haya convertido en la moda para que algunos se sientan más fanáticos que otros. Es sorprendente cómo van tomando auge estos hechos que, más allá de demostrar amor a un equipo, terminan mostrando gran ignorancia e irrespeto hacia la sociedad, a las personas que nos rodean y hacia la vida.

Ante tal situación, que crece tan rápido como cualquier virus, uno constantemente se pregunta, tipo Chapulín Colorado, ¿quién podrá defendernos? ¿Ante quién se puede acudir para que los mal llamados fanáticos, que no terminan siendo sino unos inadaptados, cesen en este tipo de actos? ¿No es suficiente ver la violencia que empaña las calles y entristece familias, como para también tenerla dentro de un lugar destinado a entregar sonrisas y alegrías?

Nos persigue en la calle, nos encuentra en cualquier lugar. A fanáticos, jugadores, árbitros, umpires. Hace apenas horas, un jugador militante del Yaracuyanos Fútbol Club fue herido de bala, para despojarlo de sus pertenencias. Leo esas cosas, soy testigo de esas noticias, y un grito casi ahogado de desesperación sale de mi ser “¿Hasta cuándo?”.

A los violentos no les interesa nada. Como dicen en una gran película “Hay gente que sólo quiere ver el mundo arder”. Y así parece ser. Esas personas necesitan ver el mundo en caos. Un caos que lamentablemente nos daña a todos. No se es más fanático o hincha de un equipo por la cantidad de problemas que genere tu conducta. No amas más a una camiseta por agarrarte a golpes con el rival, o amenazar y lastimar a quienes, según un nublado criterio, están en tu contra.

Las respectivas ligas que organizan a los clubes y equipos que hacen vida deportiva en nuestro país deben empezar a tomar medidas al respecto, pero no de esas donde se restringe el acceso de una barra a un estadio, sólo porque no se puede detener la acción de unos cuantos. No es justo con quienes disfrutamos el deporte con responsabilidad y civismo. Y de esa tanda, somos mayoría. No creo que los entes rectores deban aislarse del problema, ni castigar a quienes no tienen la culpa. Así solo estarían echando leña al fuego, y los verdaderos responsables quedarían a sus anchas. Hay que rescatar y hacer respetar, por lo menos, el lugar donde vamos con la familia a disfrutar de nuestros equipos y deportes favoritos.

Nosotros, como amantes del deporte, tenemos la misión de empezar desde lo más básico, desde nosotros mismos, a exigir el debido respeto y apego a las normas. Cumplir y hacer cumplir los códigos de conducta propios de una sociedad civilizada, porque odiaría pensar que ya eso no existe.

Hablo como apasionada del deporte, como asidua visitante de campos deportivos, porque para mi es un estilo de vida. Desde este rincón del mundo, donde me alarma la muerte de un árbitro quien jamás pensó que, por hacer su trabajo, terminaría perdiendo la vida. Esto no es nuevo, y eso es preocupante, lamentable y simplemente da miedo.

Dejemos de buscar quién podrá defendernos, y empecemos por vestirnos de héroes anónimos para rescatar lo que, en principio, nunca debimos haber perdido. Somos mayoría... ¡Demos el ejemplo!

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